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El terremoto empeora la difícil situación de la infancia en Myanmar: “Tengo miedo, quiero volver a mi vida de antes”

La devastación por el seísmo intensifica el riesgo de que los niños se separen de sus familias y los deja más vulnerables a contraer enfermedades y a ser víctimas de violencia por la guerra civil

Un grupo de niños juega frente a los escombros de un edificio destruido por el terremoto, en Mandalay (Myanmar), el pasado 2 de abril.Foto: Nyan Zay Htet (UNICEF)
Andrés Ortiz

Mg Kyaw Kyaw, un adolescente birmano de 13 años, sintió el terremoto mientras escuchaba al imán de la mezquita que hay al lado de su casa en Mandalay y que frecuentaba cada viernes. “Quise correr, pero mi papá me dijo que me calmara y que me refugiara. Me dijo que si moríamos, moriríamos en la mezquita, cerca de Dios”, cuenta en un correo electrónico. “Poco antes del segundo temblor, alguien me agarró con fuerza y me sacó. Vi cómo la mezquita se sacudía. Pensé que colapsaría y recé a Alá”. Entre una nube de polvo corrió hasta su apartamento en busca de su hermana y su hermano, menores que él, que milagrosamente habían salido y no tenían un rasguño, pese a que la vivienda había quedado completamente destruida.

Según su relato, Mg Kyaw duerme a la intemperie, cerca del antiguo palacio real de Mandalay, la segunda ciudad de Myanmar y una de las zonas más afectadas por el terremoto de magnitud de 7,7 que sacudió a seis regiones del país el pasado viernes 28 de marzo. “Hay mosquitos por todos lados, y no he podido dormir nada. Tengo miedo. Quisiera volver a mi vida de antes y ser feliz otra vez”, dice.

El director regional para Asia de la ONG Save the Children, Jeremy Stoner, explica a través de una entrevista telefónica que “en situaciones catastróficas como esta, los niños siempre son los más vulnerables”. El seísmo, que ha causado la muerte al menos a 3.300 personas, según cifras de la junta militar que gobierna Myanmar (aunque el Servicio Geológico de EE UU calcula que las víctimas mortales podrían llegar hasta los 10.000), ha generado un nivel de devastación sin precedentes. “En las seis regiones más afectadas por el terremoto [Bago, Magway, Mandalay, Naypyidaw, Shan y Sagaing] viven unos siete millones de niños, no digo que todos estén afectados, pero los números son altísimos”, asegura. Llevará meses conocer las consecuencias reales, agrega.

Eso, sumado a la cruenta guerra civil que se libra en Myanmar desde hace cuatro años, crea un contexto particularmente desfavorable para los menores. La portavoz de Unicef para Asia del Este y el Pacífico, Eliane Luthii, asegura que “Myanmar definitivamente es uno de los lugares más difíciles para ser un niño”.

Shine Khant Ko, de tres años, sentado frente a las ruinas de un edificio en Mandalay, el pasado 2 de abril.

La destrucción ha separado a miles de menores de sus familias, algo que, según explica Luthii, afecta profundamente a su salud mental, física y su desarrollo general. “Los expone a la violencia, la explotación y el abuso. Sin saber en quién confiar, a dónde acudir en busca de ayuda o cuándo se reunirán con sus cuidadores, los niños sufren miedo y confusión extremos”. Además, agrega, quienes enfrentan una separación prolongada, carecen de educación, atención médica, así como del cuidado y “la atención amorosa” que provee un progenitor o un cuidador de confianza, y que es “esencial para ayudarlos a enfrentar la angustia de una situación como esta”.

Mucho calor, lluvia y mosquitos: una combinación letal para los niños

Yoon May, una joven birmana de 16 años cuyo nombre ha sido modificado por seguridad, pensó que su casa estaba temblando, como lo hace con frecuencia, por el paso rutinario de grandes camiones. Estaba a punto de quedarse dormida cuando escuchó los gritos de su hermano clamando que huyeran. “Solo corrí”, asegura en un testimonio recogido por Save the Children. “No podía procesar lo que estaba pasando. En el momento en que crucé la puerta de entrada, comenzaron a caer ladrillos del techo”, continúa.

Desde un descampado frente a su casa destruida en Mandalay, Yoon May cuenta que ahora duerme sobre la tierra, protegida solo por una red para evitar las picaduras de mosquitos. Hacía pocos días que había terminado sus exámenes escolares y estaba emocionada por celebrar el Thingyan, una de las festividades con las que se conmemora el año nuevo en Myanmar. “Ahora solo quiero llorar”, sentencia.

Ma July Phyo, de cuatro años, sentada junto a su madre, Ma Khin Phyo Kai, en un campo de desplazados por el terremoto en Mandalay, el 2 de abril.

Entre viviendas, escuelas y hospitales destruidos, carreteras bloqueadas, puentes colapsados y alcantarillas desbordadas, los niños se enfrentan al riesgo especialmente alto de contraer enfermedades y a padecer desnutrición. Stoner explica: “El acceso al agua potable es complicado y los niños son especialmente vulnerables a contraer diarrea y muchas infecciones que pueden complicarse y matarlos con facilidad”.

Luthii agrega que urge asegurar el acceso al agua, puesto que las temperaturas no bajan de 40 grados durante el día, lo que aumenta el riesgo de deshidratación y golpes de calor. “Los sistemas de distribución de agua están rotos y hay una combinación, que puede llegar a ser mortal, de mucho calor, lluvia y mosquitos, que transmiten enfermedades”. Según cuenta, “hay mucha humedad y el riesgo de que los niños contraigan el dengue o la malaria se incrementará ahora que comienza la temporada de lluvias”.

“Una crisis olvidada”

“Estos son unos de los niños más vulnerables en el mundo”, asegura Luthii. Recuerda que ya desde antes del terremoto, más de seis millones de menores de edad en Myanmar necesitaban ayuda humanitaria. “Hay millones de menores desplazados, sin vacunación básica, sin educación. Esta es una crisis encima de otra crisis”, manifiesta.

Myanmar vive desde 2021 una guerra civil entre las fuerzas de la junta militar, que en febrero de ese año tomó el poder a través de un golpe de Estado, y varias guerrillas conformadas en buena parte por ciudadanos comunes que se levantaron en armas después de que el régimen militar reprimió con violencia las multitudinarias protestas que siguieron al golpe, así como por grupos étnicos independentistas.

Desde entonces han muerto 6.231 civiles, de los que 709 son niños, según cifras de la Asociación para la Asistencia de Presos Políticos de Myanmar, citadas por la ONU. Además, alrededor de 3,5 millones de personas han sido desplazadas, de las que al menos un tercio son niños. Solo en 2024, 59 niños murieron por explosiones de minas y 255 sufrieron amputaciones, según datos de Unicef. La junta militar decretó un alto el fuego el pasado 2 de abril para facilitar los esfuerzos humanitarios, sin embargo, en los cuatro días posteriores al temblor había continuado con sus bombardeos contra posiciones rebeldes.

Un grupo de personas hace fila para recibir comida tras el terremoto en Myanmar, en la región de Amarapura, el pasado 1 de abril.

Más de la mitad de la población menor de 18 años vive en situación de pobreza en Myanmar, anota la ONU; y más del 40% de los bebés de entre 6 y 23 meses no tiene acceso a alimentos nutritivos esenciales para su crecimiento y desarrollo. “Es una de las crisis humanitarias más graves del mundo, y es una crisis olvidada”, reprocha Luthii, quien explica que de los 286 millones de dólares que ha pedido Unicef a sus donantes para costear la operación de este año en Myanmar, solo ha recibido lo suficiente para financiar el 10%. “Es el dinero que usamos para suplir las necesidades básicas de los niños: protección, nutrición, educación, apoyo para los que se encuentran en zonas de conflicto. Y este es el llamamiento que hicimos antes del terremoto, imagine las necesidades ahora”.

Stoner también lamenta la falta de fondos para ayudar a Myanmar; esta se ha reducido drásticamente este año, dice. La cancelación de proyectos de la Agencia para el Desarrollo de Estados Unidos (USAID), así como la decisión de Gobiernos como el de Reino Unido de recortar la partida de ayuda humanitaria para elevar el gasto en defensa, generan enormes dificultades para atender este tipo de crisis. “La ayuda humanitaria realmente no representa mucho en términos del presupuesto nacional, y es una de las cosas más importantes que puede proveer un Gobierno, es imprescindible”, asegura el representante de Save the Children.

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